19 Mostradme la moneda del tributo. Y ellos le presentaron un denario.
20 Entonces les dijo: ¿De quién es esta imagen, y la inscripción?
21 Le dijeron: De César. Y les dijo: Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios.
Mateo 22.19-21 (RVR 1960)
Hace 10 años comencé mi primer álbum llamado “Lado B“. Su concepto sigue intacto y el color naranja que elegí para su expresión visual me enseñó la parte del arte que es profecía. Hace 10 años jamás imaginé que ese color atravesaría mi creación y creencias.
En Argentina el concepto “grieta” representa la polaridad de posturas frente a diversas cuestiones. Antes tangibles (¿River o Boca? ¿Dulce o salado?) y hoy más abstractas, por ejemplo la grieta respecto al tema aborto representada en colores: verde “pro aborto” versus celeste “pro vida”.
No voy a profundizar sobre un tema resuelto hace 100 años (legal en Rusia y en EEUU y China desde los ’70) pero sí señalar que en el 2018 mientras el proyecto se debatía en el Senado hubo dos plataformas para ambos colores y desde el lado celeste vimos a la iglesia representada entre oradores y shows musicales ¿Jesús en la plataforma del César? Luego de la jornada las mismas organizaciones (muchas históricamente autofinanciadas) recibieron dinero del estado para financiar sus campañas.
¿Deberíamos librar nuestra salud a una cuestión de fe? ¿Es correcto supeditar la política de una nación al criterio de la iglesia? Sí, la misma institución que juzga algo tan normal estadísticamente como la masturbación o se opone a algo tan necesario como la educación sexual.
El naranja representa el pedido de separación iglesia – estado porque una creencia religiosa o espiritual no puede ser utilizada como argumento en un debate político (menos legal o sanitario).
Mi fe no reposa solo en creer en Dios y su plan sino también en mi responsabilidad de respetar y liberar a otros aún de mis propias creencias e intereses personales ¿No es eso amor? Abogar por la separación iglesia / estado me hace un creyente consiente de que no necesito leyes, ni aparato político, ni toda una sociedad para legitimar o imponer mi fe. Con hechos es suficiente. No quiero otro vaticano.
Claro que necesitamos gente de fe en política pero al servicio de la democracia, no al de otro lobby. Una iglesia que denuncie atropellos del estado pero no que ocupe su lugar sino sea un punto de encuentro a salvo de cualquier grieta. Una iglesia para inspirar, orar, meditar, acompañar, cuestionar… No para recortar libertades, imponer más sacrificios o decirnos a quién votar.
Dejemos los paternalismos de lado y acompañemos a nuestra sociedad desde la misma libertad que predicamos para que la fe crezca en amor sin condiciones, no en el que exige un voto cambio. Por todas éstas razones mi única intención al poner en la mesa política y religión es, al igual que Cristo, para separarlas.
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