Lenguaje inclusivo, realidad inclusiva

“Una lengua que no se modifica sólo está entre las lenguas muertas.”

Teresa Meana

Nuestro idioma solo tiene dos géneros para referirse a seres vivos: masculino o femenino. Según la RAE el neutro aparece en pocos casos: como los pronombres “esto”, “eso”, “aquello” o en la combinación artículo/pronombre “lo” más un adjetivo (“lo ideal”, “lo inevitable”).

Así es la teoría, pero en la práctica el uso de lenguaje no sexista fue extendiéndose y encontrando nuevas formas:
Primero como “@” reemplazando las “o” y las “a”, por ejemplo: “alumn@s”.
Luego con el uso de la “x” en forma escrita, por ejemplo: “alumnxs”.
Actualmente en la oralidad en forma de “e”, por ejemplo: “alumnes”.

Cuando en Argentina su uso oral hizo aparición mediática en medio del debate de aborto legal las redes estallaron: primero de risa y luego con inquietudes sobre los límites de su aplicación.

Es interesante observar la reacción similar en otras partes del globo ante la cuestión del lenguaje: 10 años antes en España antes parodiaban en el congreso español a la ministra Bibiana Aído por su distinción entre “miembros y miembras“:

Hacer humor del mismo no debería ofender (mientras no sea un ataque personal) y habilita críticas muy inteligentes. Aún la mala publicidad es publicidad y la cuestión se hace muy divertida fuera de los titulares sensacionalistas y artículos, con tantos memes y videos.

Si el lenguaje es tan arbitrario que llamamos “banana” a una fruta larga y amarilla ¿Porqué resistirnos al lenguaje inclusivo? ¿Porque no poner en el mismo plano mujeres y hombres? ¿Porqué no incluir? ¿Porqué no decir “todes”?

Cuando discriminar es necesario

Las etiquetas de género aún son útiles para determinados fines:

  1. Académicos

    Si pretendemos que un censo refleje la desigualdad económica de la mujer, poco nos aporta saber si el objeto de estudio de percibe a sí mismo como un perro. En éste caso el género (y muchas veces solo el biológico) se convierte en una variable cualitativa nominal necesaria. Cuidando las susceptibilidades, tengamos en cuenta que los resultados son agregados, es decir la estadística no describe ni identifica a un individuo sino a una agrupación, por lo cual la identificación sería imposible.

  2. Sanitarios

    Ampliando el punto anterior, desde las políticas de salud pública hasta la atención personal en un consultorio la etiqueta de género es un dato de vital importancia para los profesionales. Así distinguimos por ejemplo que la población travesti y transexual Argentina tiene una mayor proporción de individuos que padecen VIH respecto a la heterosexual y homosexual y eso permite orientar la atención, mensajes y beneficios a cada población particular.*

  3. Políticos

    La problemáticas sociales se resuelven en sociedad y es por ello que, aunque las comparaciones son odiosas en el campo de la acción social las etiquetas se vuelven banderas tras las cuales se pueden encolumnar los diversos colectivos para atacar sus problemáticas comunes.

    ¿Cuantas mujeres no adhieren a la causa feminista y sin embargo disfrutan de sus beneficios? Todo gracias a un colectivo que se identificó y como tal se posicionó frente a una causa compartida.

Cuando incluir es necesario

Fuera de los fines descritos anteriormente (académicos, sanitarios, políticos), nuestro lenguaje debería ser andrógino, reconociendo nuestra diversidad psicológica el género no debiera ser limitante.

Todos los días convivimos travestis, transexuales, drags, queers… y un sinfín de géneros tan respetables y cuestionables como el de hombres y mujeres que hacen necesaria la existencia del lenguaje no sexista bajo muchos argumentos:

  1. Desagregar permite informar claramente. El lenguaje pierde funcionalidad cuando nos atenemos a ciertas reglas de uso ¿Es preciso decir “todos” si 90 personas de 100 son mujeres? ¿Cómo estudiar la presencia femenina en una historia en la cual las multitudes solo pueden ser masculinas?
  2. Incluimos a conciencia. El lenguaje no sexista es una adaptación de la comunicación totalmente consiente en pos de dar entidad y valorar la diversidad.
  3. Rompemos la realidad binaria. Hay más posibilidades que hombre/mujer. Nuestra genética puede ser más que XX y XY. Nuestra sexualidad puede orientarse a infinidad de géneros. En el plano social Facebook reconoce más de 50 géneros. En India, Tinder reconoce más de 20.
  4. Enunciamos la igualdad. Como hablamos en otros artículos, nuestra realidad la construimos e interpretamos a través del lenguaje. Si queremos una realidad igualitaria, debemos enunciarla.
  5. Simplificamos la duda. “¿Te trato como chico o chica?”. Aunque es valioso consultar a alguien cómo quiere ser llamado, el género no debería ser en ningún contexto condicionante de la conversación.
  6. Aprender y compartir otro código es un ejercicio de inteligencia y empatía que se siente bien.

Luego de ver cómo una niña lo incorpora a su lenguaje cotidiano resta preguntarnos ¿Es tan difícil usarlo? ¿O nuestra resistencia lo hace difícil? Nos animo a estudiar idiomas, lenguajes (gráficos, corporales, de programación) para seguir ampliando nuestro universo y hacerlo más inclusivo.

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